Se podría tener razón en pedir que el Presidente cierre la boca, si quienes lo piden son los ciudadanos, los que con el voto mayoritario entregaron a Vicente Fox el mandato de este país.
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Si la arenga presidencial fuera el motivo de una violación a la contienda electoral, el reclamo y la sanción corresponderían al Instituto Federal Electoral.
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Pero cuando el reclamo de que "cierre la boca la cha-cha-la-ca grande" lo hace uno de los actores en la contienda, cuando lo hace en tono despótico y altanero, y cuando quien lo hace es un político profesional como Andrés Manuel López Obrador que durante cinco años no ha parado de hablar, de ejercer la libertad de expresión en tono ciudadano, gobernante y aspirante presidencial, el llamado adquiere peligroso tono autoritario y delirante.
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"Yo puedo hablar de todo lo que me plazca, decir lo que se me antoje todos los días, desde mi cargo como jefe de Gobierno, luego desde mi posición como precandidato presidencial, y luego como candidato presidencial. Pero Vicente Fox no puede hablar, porque ya tuvo su oportunidad".
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La anterior parece ser la conclusión a la que llegó en días pasados Andrés Manuel López Obrador, quien en su calidad de aspirante al mandato, ofrece claras evidencias de una intolerancia cerril, nada democrática y, sobre todo, atentatoria de una de las libertades fundamentales de la democracia, la libertad de expresión.
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Así piensa López Obrador, mesiánico, poseedor de la palabra y su verdad absoluta. "La palabra soy yo, la verdad es mi palabra". Por qué mejor no se callan todos.
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Más allá de los gritos en la plaza, que con su arenga de porro, López Obrador practica el odio y la vendetta, el candidato de la izquierda confirma un preocupante autorretrato.
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El político y el gobernante autoritario, mentiroso y cínico, que sólo habla de aquello que le resulta rentable, que sólo responde a las preguntas que lo alejan de la responsabilidad y el ridículo, y que esconde la cabeza detrás del "dedito" o de su muy personal estado de ánimo; "hoy estoy de buenas, mejor hablamos de las ballenas", suele decir ante preguntas incómodas.
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Personalidad forjada entre los dobleces y la pureza de la cínica cultura política del PRI. "Les digo lo que cada auditorio quiere escuchar", "prometo lo que cada cual quiere que le prometa" y "respondo lo que quiero responder". Demagogia a toda prueba, ya que promete y promete, sin asumir la explicación pedida, de la congruencia entre los dichos y los hechos.
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¿Cuántas veces han escuchado los enamorados del señor López que diga: "me equivoqué", "perdón", nunca lo escucharán.
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Cuando le reclamaron la ineficacia de su gobierno en el Distrito Federal con relación al combate a la inseguridad y la criminalidad, respondió que sus críticos estaban equivocados, "porque todos los días trabajamos desde las seis de la mañana", brillante conclusión.
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Lo que importa es dedicarle muchas horas al trabajo público, sin saber si es el adecuado, si se sigue la táctica y la estrategia, si ese esfuerzo es el que esperan los ciudadanos. "Yo trabajo y por ese deben reconocer que los resultados son positivos".
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Por qué tenemos que hacer el reconocimiento, muy fácil, "porque todo está bien, porque lo hago yo, hombre trabajador, que desde muy temprano le dedico muchas horas".
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No debe sorprendernos el estilo demagógico y cínico de Andrés Manuel, lo sorprendente es que tantos se dejen engatusar desde hace tiempo.
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El tamaño de la fidelidad ciudadana es del tamaño del desencanto por el gobierno de Vicente Fox. Hace seis años los enamorados de Fox, de su discurso, enfurecían a quienes criticaban al entonces candidato presidencial.
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Hoy enfurecen por el Mesías actual, al que creen es su caudillo, el hombre de la verdad absoluta, de la única verdad y la única razón.
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López Obrador es para esa una gran masa, un semidiós, la puritita verdad hecha hombre.
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Que Dios nos agarre confesados, a todos…
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