El presidente George W. Bush ordenó el despliegue de 6 mil efectivos de la Guardia Nacional en la frontera con México para reforzar la persecución de los migrantes indocumentados procedentes de nuestro país y de América Latina que acuden a su territorio en busca de trabajo.
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La Casa Blanca como Los Pinos niegan la militarización de la línea fronteriza común. El vocero del presidente Vicente Fox, Rubén Aguilar especuló con la presencia de los militares y dijo que será un "apoyo administrativo y logístico" a los cuerpos policiales que se han encargado de la caza de los migrantes.
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Bush quiso suavizar la determinación diciendo; "México es nuestro vecino y nuestro amigo", pero no freno el despliegue castrense, él va a cerrar la frontera "a los ilegales, los criminales, los narcotraficantes y los terroristas".
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Esta frase encierra la visión criminal del gobierno estadounidense que iguala a los trabajadores sin papeles con delincuentes de alta peligrosidad.
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La Guardia Nacional es un cuerpo formado por voluntarios bajo el mando de los gobernadores estatales, es un organismo militar, dotado de medios militares ­ marítimos, terrestres y aéreos ­ varias de sus unidades están hoy desplegadas en Irak.
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Las únicas diferencias entre las fuerzas armadas ­ ejército, marina, fuerza aérea, infantería de marina ­ es que a estos les prohiben usar sus armas en el territorio estadounidense, mientras que la Guardia Nacional tiene la autorización para disparar sus armas dentro de su país.
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Mientras Bush envía tropas a la frontera para reforzar la vigilancia contra "ilegales, criminales, narcotraficantes y terroristas", creer que "no participarán en tareas de detención" sería una candidez estúpida, inadmisible e irresponsable.
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Es condenable la posición de la Presidencia de México de minimizar la decisión de Washington y esconder a la opinión pública la gravedad de la medida que implica la militarización de la frontera.
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La Casa Blanca muestra una crueldad inaudita, de hoy en adelante, quienes crucen la frontera en busca de una vida mejor deberán enfrentar los peligros del entorno natural inclemente, a los traficantes de personas, los abusos de las corporaciones policiales de ambos lados de la línea, al sadismo de grupos civiles racistas que practican el deporte de la cacería humana, y ahora también tendrán que vérselas con fuerzas militares entrenadas para la guerra y la aniquilación física del adversario.
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La decisión de Bush representa una monstruosa distorsión del tema migratorio, fenómeno social que la globalización ha vuelto inexorable y necesario tanto para las economías que expulsan a sus connacionales, como para el país receptor que se beneficia con la explotación de su trabajo.
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No satisfechos con catalogar a los migrantes como delincuentes, y de convertir el fenómeno en asunto policial, los gobernantes de Estados Unidos lo convierten en tema militar, los indocumentados son, además de todo, el enemigo.
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El presidente estadounidense afirmó que su país es "un Estado de derecho y debemos hacer que se cumpla con nuestras leyes, también somos una nación de inmigrantes y debemos respetar esa tradición que ha fortalecido a nuestro país de tantas maneras, éstos no son objetivos contradictorios".
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No lo serían si los políticos de Washington asumiera de inmediato que no hay solución más sensata, constructiva y humanitaria que despenalizar la migración.
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Para efectos prácticos, este asunto ha sido colocado en el tono de las amenazas militares, hasta donde sé yo, no estamos en guerra.
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