La primera vez que escuché el nombre de Carlos Ahumada fue en una notaría del Distrito Federal en donde todos los presentes se extrañaban de cómo el argentino - mexicano era el único constructor con obra, a través de los gobiernos perredistas del Distrito Federal y sus delegaciones.

Eran muchas las historias que se contaban de él. Desde un pasado no claro en la clandestinidad argentina, hasta un exilio que él presumía, pasando por una serie de pequeños negocios que se convirtieron en uno grande con ayudas y complicidades del gobierno local, para crear uno enorme.

Con su constructora, Ahumada fue financiero y mecenas del PRD, de sus campañas y de sus funcionarios en el gobierno capitalino. Su jet privado, su elegante oficina al sur de la ciudad que le compró a uno de los hermanos Gutiérrez Cortina. Su primer equipo de fútbol, el León, y su segundo equipo, el Santos - Laguna, su efímero periódico El Independiente, y su relación sentimental con Rosario Robles, la ex jefa del Gobierno del Distrito Federal y ex presidenta del PRD, a la que enloqueció de amor.

Sus tratos con René Bejarano y Gustavo Ponce, que en aquel entonces era el secretario de Finanzas de Andrés Manuel López Obrador, quien fue sorprendido en una mesa de un casino de Las Vegas despilfarrando dinero del erario capitalino, y que actualmente se encuentra preso en un penal federal de máxima seguridad.

Después veríamos a Ahumada cuando el entonces diputado Federico Döring dio a conocer un vídeo grabado y distribuido por él mismo Ahumada, en el que aparecía Bejarano, ex secretario particular de López Obrador y líder de la Asamblea Legislativa, recibiendo miles de dólares amontonados en un portafolios, hablando a nombre de su jefe Andrés Manuel y ensuciando la política, a Bejarano y a otros perredistas.

Luego se sabría de algún nexo con el ex presidente Carlos Salinas, de sus viajes a La Habana, de su detención en la isla, de sus declaraciones a los cubanos en cuarenta horas de vídeograbaciones que guarda el gobierno de Fidel Castro, de su regreso e ingreso al reclusorio, de nombres, de complicidades, de sospechas, de aislamientos.

López Obrador, nunca permitió una sola entrevista a la que tenía derecho, dejó la jefatura de Gobierno pero mantuvo el control del caso con Alejandro Encinas, fue precandidato, que lo fue siempre, candidato presidencial, perdió la Presidencia y Ahumada seguía en el Reclusorio acusado de todos los delitos que el aparato político le pudo cargar, más los suyos propios, los del fuero común y los de su codicia sin límites.

Finalmente el lunes por la noche, tres años después de su detención, un juez lo exoneró de todo delito y Ahumada dejó la cárcel, pero cuando pisaba la acera, unos peligrosos judiciales capitalinos le echaron montón con lujo de violencia para “presentarlo” ante el Ministerio Público, de donde salió horas después.

La estúpida sevicia policíaca con que fue tratado ante sus hijos responde a una lógica insana y vengativa contra quien destapo la insospechada corrupción del pejismo.

Marcelo Ebrard no miente al decir que “no hay presos políticos” pero su frase, debió ser precedida por un adverbio y decir. “Ya no hay presos políticos”.

El par de letras es clave porque Ebrard heredó el paquete de uno de los más vulnerables enemigos políticos de su predecesor.

Más allá de su asquerosa ética Carlos Ahumada, logró recuperar su libertad y no por un ardid leguleyo, sino porque un juez dictamino que es inocente de los delitos que le fueron inventados.

Hace dos noches, Ahumada esta en casa con su familia, y los otros culpables también.

¡Ah! Lo olvidaba, esa misma noche Rosario Robles su ex novia clandestina, debuto en Los monólogos de la vagina, y hasta lloro…




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