Los terroristas alteraron a la gente de todo el mundo, a los hombres y mujeres de la calle.

Por televisión, radio o Internet estuvimos informados en México y el mundo. Fianancial Times decía en su página electrónica minutos después del primer atentado; “London Terror”, el terror de Londres se había convertido nuevamente en el terror del mundo.

Las escenas de angustia en las calles, en el metro y en el reventado autobús de dos pisos típico de Londres fueron identificadas con las calles y los transportes públicos de cualquier ciudad del planeta.

El primer ministro Tony Blair se refirió a Londres como “una de las ciudades más internacionales del mundo”, por su grandeza, su riqueza material y cultural, con su poder de atracción para emigrantes de todas partes, y también por sus libertades humanas ilimitadas e irreverencias inagotables.

En segundos Londres se situaba como la ciudad en donde todos podíamos imaginarnos entre las víctimas, algo tan impensable como nuestra inesperada destrucción o la de nuestros seres queridos.

Camino al trabajo, a la escuela, al súper o transitando por la solución de nuestros problemas o de nuestra supervivencia, o hacia cualquier cosa que consideremos el éxito, para enfrentar de pronto al brutal e inesperado terror, a la destrucción y la muerte.

Si esto le pasa a la gente común de una ciudad fortaleza, con orden, seguridad y tradiciones civiles y civilizadas como Londres, ¿qué garantía de llegar a nuestro destino y de regresar a casa tenemos la gente de las ciudades de México?

"Bajo ataque", titula The Economist, el ataque cronometrado para coincidir con la inauguración de la cumbre del Grupo de los 8 países más ricos del mundo pareció programado también para coincidir con la hora pico matutina, la hora de las prisas la mañana de ayer, con la gente viajando al trabajo.

Esto no fue un ataque terrorista contra los ricos y poderosos, no fue dirigido contra presidentes o primeros ministros, fue dirigido contra los londinenses comunes de la clase trabajadora. Menos víctimas inocentes entre la gente común, sino muchas más se registraron en los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y del 11 de marzo de 2004 en Madrid.

Las víctimas británicas no han sucumbido al terror, a la utilización de los discursos y las agendas del poder que rápidamente convirtieron a las víctimas norteamericanas y españolas en cifras para justificaciones y ajustes de cuentas… lejanas, muy lejanas de la gente común del resto del mundo.

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