Stephen Gibbs
BBC, La Habana

Una boda suele ser un evento de gran importancia en prácticamente cualquier sociedad, pero en Cuba, también puede convertirse en un gran negocio. La posibilidad de conseguir un esposo extranjero representa para muchas cubanas el boleto para abandonar la isla y un pasaporte hacia la prosperidad.
El otro día en la calle me tropecé con una amiga en una zapatería de La Habana. Estaba comprando un par de sandalias blancas.

"Son para mi boda", me comentó.
Yo estaba totalmente sorprendido porque ni sospechaba que tenía planes de matrimonio.
"¿Y con quién te casas?", Le pregunté.
"Con un mexicano", respondió.
"¿Y cuándo lo conociste?", Le dije.
"No lo he conocido todavía", replicó.

Cada uno tiene su precio
Resultó que mi amiga era parte de un pequeño pero próspero mercado en Cuba: la compra de esposos extranjeros. La modalidad, por lo general organizada a través de intermediarios, es considerada por muchas mujeres cubanas como la mejor opción para salir de Cuba.
Pero no es barato. Mi amiga pagó 5.000 dólares por su prometido mexicano. De acuerdo a lo que me han dicho, esa es la tarifa para maridos estadounidenses, canadienses y europeos. Sin embargo, si el caballero en cuestión es oriundo de Costa Rica, por ejemplo, podría ser persuadido por la suma de 2.000 dólares. Los peruanos, por alguna razón, son un buen negocio, ya que pueden asegurarse por tan solo 800 dólares.

Nueva adquisición
A los pocos días de nuestro encuentro, fui a la boda de mi amiga. Con frecuencia la línea entre lo real y lo irreal es bastante borrosa en Cuba, pero éste era un ejemplo extremo. La familia de la novia se presentó en pleno. Y nadie parecía más feliz que la madre, ataviada de punta en blanco con un vestido de flores de los años 60. Algunos niños de matrimonios previos también estaban allí, con tías y tíos que llegaron de toda La Habana. Todos se veían encantados con la nueva adquisición.
Pepe, el esposo, a quien ella había conocido hacía un par de horas, era un alegre ingeniero retirado, cincuentón, que parecía estar dispuesto a ir con el teatro tan lejos, o incluso más allá, de lo necesario.
Un par de botellas de sidra española fueron descorchadas, la torta se picó y se prendieron un par de cigarrillos. Todos bailaban. Si no lo hubiera sabido, jamás hubiera imaginado de que se trataba.
Sólo noté que el anillo era un préstamo temporal de la hermana de la novia. Aparte de eso, totalmente convincente. Alguien tomaba fotos de la feliz pareja, otra persona se encargaba del vídeo con una vieja cámara. Al final, de eso se trata. Registrar con la cámara la ceremonia para así contar con la evidencia si en algún momento la embajada mexicana cuestionaba lo genuino del matrimonio.

Muchas capas
Muchos cubanos, sin embargo, no tienen que llegar a estos extremos - o a desembolsar ese dinero - para partir de Cuba del brazo de un extranjero solitario.
Después de todo, Graham Greene comparó a Cuba con una fábrica de belleza humana.
En las afueras de las villas neoclásicas que albergan a varias de las embajadas que se encuentran en La Habana, es posible ver largas filas de jóvenes, y con frecuencia hermosas mujeres, esperando para convencer al personal diplomático de que sus relaciones con turistas que acaban de conocer, son de largo plazo.
La espera en las afueras de la embajada de Italia suele ser la más larga. Muchas de estas relaciones tienen un final feliz. Muchas no. El Consulado Británico tiene un área en el que expone correos electrónicos advirtiendo a sus ciudadanos con intenciones de dar el salto al agua. Allí se encuentra la historia de una mujer británica que se casó con un cubano pensando que su unión sería para toda la vida y descubrió que en realidad no duró más allá del aeropuerto londinense de Heathrow. Otra informó que su adorado marido desapareció una noche llevando por compañía tan solo a su tarjeta de crédito.

Amor y traición
Los cuentos de amor y traición siempre aderezan las fiestas de los extranjeros residentes en La Habana. Uno de los favoritos es la de un estadounidense, propietario de un gran yate, que se enamoró de una joven 40 años menor que él. Luego de divorciarse de su primera esposa a un costo de 10 millones de dólares, se dio cuenta de que su relación con la cubana no era, digamos, exclusiva.
Quien mejor contaba estas historias era un francés homosexual, dedicado a la rama de hotelería y radicado en la isla desde hace 10 años. Él aseguraba haberlo visto todo y conocer todos los trucos habidos y por haber.
Pero no era así. Una vez fui a una cena en la que él era el anfitrión. A su lado estaba sentado un cubano con quien había estado viviendo durante dos años. Al otro lado de la mesa se encontraba una mujer.
Nuestro anfitrión nunca supo que su novio y la dama en cuestión eran, en realidad, marido y mujer.

La gente suele decir que Cuba tiene muchas máscaras. Es cierto.